Cielo Parcialmente Nublado by Octavio Escobar Giraldo

Cielo Parcialmente Nublado by Octavio Escobar Giraldo

autor:Octavio Escobar Giraldo [Giraldo, Octavio Escobar]
La lengua: spa
Format: epub


—Enseguida, señor.

Cinco minutos después pagó con su tarjeta de crédito. Cuando se levantaron de la mesa, Neftalí Reyes les dirigió una mirada displicente mientras contestaba su teléfono móvil, tal vez con la idea de que todo el mundo lo saluda o se despide de él. Andrés no lo hizo, tampoco Jaime Giraldo, quien abrazaba muy amoroso a su esposa. La mesera se había cogido el pelo en una moña, lo que redondeó más su rostro. Disponía el capote y un traje de luces en la vitrina del restaurante, enmarcada por un rectángulo de pequeños bombillos de varios colores. Roberto se quedó mirándola.

El Renault 9 estaba parqueado sobre el andén, entre dos frondosos urapanes que levantaban el pavimento con sus raíces. La descuidada conducción de su padre volvió a crisparle los nervios a Andrés.

—¿Por qué estuviste tan callada toda la noche?

María Fernanda retiró el cepillo de dientes de la boca y escupió:

—¿Te parece?

—Pues sí.

María Fernanda enjuagó su boca y dejó el cepillo sobre la repisa de vidrio.

—Es que papá se excitó mucho. Y la actitud de mamá... —limpió del lavamanos los restos de crema dental y cerró el desagüe.

—Pero no has estado llorando por eso —replicó Andrés—. Todavía tengo buen oído.

—Sí, tienes muy bien oído —suspiró—. Son cosas mías —sumergió las manos en el agua y se refrescó la cara.

—Discúlpame.

—Te lo voy a decir de todos modos... Yo esperaba que Saúl me llamara hoy. Eso es todo.

—Pero llamó anoche, nos deseó el feliz año a todos.

—Sí, pero yo quería que me llamara hoy, para comenzar bien el año.

Andrés pensó la respuesta:

—Estuvimos casi todo el día en la calle.

—Sí —admitió, dubitativa—, pero yo tengo celular —lo miró—. Es sólo que me hubiera gustado que mi papá y mi mamá se dieran cuenta de que me llamaba también hoy, sobre todo mi mamá —se quedó muy quieta.

—Te entiendo.

—A mí me gusta pensar que no nos estamos separando, que nos estamos reconciliando —controló el llanto—, pero no estoy segura de que él lo vea así. Eso es todo —endureció la voz.

—¿Y por qué no lo llamas tú?

María Fernanda tardó en responder:

—Porque las cosas no funcionan así, no para mí.

—Entiendo. Voy a acostarme temprano, que pases buena noche.

—Tú también —lo retuvo y le dio un largo beso en la mejilla.

Presionado por la vejiga, Andrés volvió al baño veinte minutos después. Lo hizo todo muy despacio, tratando de relajarse. Se había sentido más cómodo cinco años atrás, en Cartagena; conversar con sus padres y su hermana de una tumbona a otra de la piscina del hotel Caribe, incluso ante la presencia envarada de Saúl, había sido más simple y placentero. Recordó la exquisita cena en un restaurante de la ciudad amurallada, bajo las vigas ennegrecidas de una casa del siglo XVII, y cómo una noche, en uno de los patios del hotel, jugaron cartas al aire libre, mimados por el rumor del mar y las notas de un grupo que interpretaba sones y boleros. En un determinado momento María Fernanda recibió sus tres cartas y apostó sin mirarlas.



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